Todos son llamados
En el corazón del cristianismo, la conversión representa un profundo cambio interior, un movimiento del alma hacia Dios, este proceso es central en la experiencia espiritual de los fieles.
En el camino de la fe, los creyentes se sienten llamados a compartir la Buena Nueva y a guiar a otros hacia la conversión. Sin embargo, es fundamental recordar que la conversión es, en última instancia, una obra de Dios en el corazón humano. Para ilustrar esta verdad, podemos establecer una analogía entre los esfuerzos humanos por llevar a otros a la conversión y la necesidad de la acción divina en ese proceso.
Así como los diez leprosos en Lucas 17; 11 clamaron a Jesús por sanación, los seres humanos buscan la transformación espiritual y la redención. Al igual que aquellos leprosos, nosotros como creyentes podemos esforzarnos por compartir el mensaje de salvación y llevar a otros hacia la conversión. Sin embargo, como aprendemos de las Escrituras, la conversión es más que un simple acto humano; es un movimiento del corazón que solo puede ser realizado por la gracia y el poder de Dios.
(Lucas 11; 19) “Siguiendo su camino hacia Jerusalén, pasaba entre Samaria y Galilea. Y al entrar en una aldea, diez hombres leprosos vinieron a su encuentro, los cuales se detuvieron a la distancia, y, levantando la voz, clamaron: "Maestro Jesús, ten misericordia de nosotros". Viéndolos, les dijo: "Id, mostraos a los sacerdotes". Y mientras iban quedaron limpios. Uno de ellos, al ver que había sido sanado, se volvió glorificando a Dios en alta voz, y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús dándole gracias, y éste era samaritano. Entonces Jesús dijo: "¿No fueron limpiados los diez? ¿Y los nueve dónde están? ¿No hubo quien volviese a dar gloria a Dios sino este extranjero?" Y le dijo: "Levántate y vete; tu fe te ha salvado".
No todos aceptan ese llamado
La historia de los diez leprosos en Lucas 17; 11 nos invita a reflexionar sobre el deseo del corazón humano de buscar la misericordia y la sanación de Dios. La conversión, como expresión de este deseo, implica una transformación interior que nos lleva a acercarnos a Dios con humildad y sinceridad, buscando su gracia y su voluntad en nuestras vidas.
Somos colaboradores con Cristo, es nuestro deber proclamar el Evangelio para la conversión de los pueblos, pero debemos saber que no todos aceptaran ese llamado a la conversión.
Mateo 28; 19-20: "Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado." Jesús encomienda a sus discípulos la tarea de hacer discípulos y enseñar a todas las naciones, lo que implica un papel activo del hombre en la expansión del Evangelio y la conversión de otros.
Hechos de los Apóstoles 1; 8: "Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra." Jesús promete que sus seguidores recibirán poder del Espíritu Santo para ser testigos en todas partes, lo que implica un papel activo en la difusión del Evangelio y la conversión de otros.
Santiago 5; 20: "Sepan que el que hace volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados." Santiago destaca el impacto positivo que puede tener la intervención de un creyente para guiar a otro hacia la conversión, mostrando la importancia del hombre en colaborar en este proceso.
1 Pedro 3; 15: "Antes bien, santificad en vuestros corazones a Cristo como Señor. Estad siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros." Pedro insta a los creyentes a estar preparados para dar testimonio de su fe y defenderla ante otros, lo que implica una participación activa en el proceso de conversión.
La necesidad de la intervención divina en el proceso de conversión:
Si bien es importante que los creyentes se esfuercen por llevar a otros hacia la conversión mediante la predicación del Evangelio y el testimonio de vida, también es esencial reconocer que la verdadera conversión es obra de Dios en el corazón humano. Como creyentes, confiamos en la gracia y el poder de Dios para transformar los corazones y llevar a cabo su obra redentora en aquellos a quienes llamamos hacia Él.
Juan 6; 44: "Nadie puede venir a mí, si el Padre que me envió no lo atrae; y yo le resucitaré en el día postrero." Jesús enseña que la conversión es obra del Padre, quien atrae a las personas hacia Él.
1 Corintios 3; 6-7: "Yo planté, Apolos regó; pero Dios ha dado el crecimiento. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento." Pablo compara la labor de los siervos de Dios en llevar el mensaje con la siembra y el riego, pero reconoce que es Dios quien produce el crecimiento espiritual en el corazón humano.
La conversión, un proceso continuo de renovación.
En última instancia, la conversión es un proceso continuo de renovación del corazón, en el cual el individuo se entrega a Dios con un sincero deseo de cambio y crecimiento espiritual. Este deseo del corazón es el motor que impulsa la búsqueda de la santidad y la comunión con Dios en la vida del creyente.
Salmo 51; 10: "Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí." Este versículo del Salmo 51 expresa el anhelo de transformación interior, buscando un corazón puro y un espíritu recto, lo cual es fundamental en el proceso de conversión.
Mateo 18; 3: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos." Jesús enseña que la conversión requiere humildad y la disposición de volvernos como niños, reconociendo nuestra dependencia de Dios y nuestra necesidad de su gracia.
Romanos 12; 2: "No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta." En esta carta de Pablo a los Romanos, se resalta la necesidad de una transformación interior, renovando el entendimiento y alineándolo con la voluntad de Dios.
“… Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza poderosa,” (Efesios; 1:17-19). Amen
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