lo que debes saber
Introducción
Al lector de este libro, a mis hijos.
Quiero comenzar hablando de la valentía. ¿Qué es la valentía?, según la definición: La valentía se refiere a la actitud y determinación con la cual un individuo hace frente y responde ante una situación de peligro, miedo o riesgo. Así que podemos deducir que una persona valiente, no es tan solo la que muere arriesgando su vida realizando algún acto como a veces pensamos. La valentía es una actitud y la determinación de realizar algún acto que, por lo general, pero no necesariamente te causa algún tipo de temor. También menciona la definición que esa acción de valentía té pone en riesgo, ¿en riesgo de qué? Es mi intención que esta lectura te ayude a tomar una decisión que de alguna manera pienses que sea un riesgo para ti, así como lo fue para algunas de las personas que escucharon en el Areópago en Atenas a San Pablo: (Hch.17:19-34) “¿Podríamos saber en qué consiste la nueva doctrina que tú enseñas?” Y para eso quiero mostrarte un ejemplo de valentía, por supuesto, de la Biblia, que a mí me sirvió de inspiración.
¿Quién fue la Reina de Saba y qué acción distingue a la Reina de Saba de otros? ¿Qué podemos aprender de ella?
Ocurre algo interesante en este capítulo de la Biblia. En el tiempo en que reinaba el rey Salomón, una mujer, la Reina de Saba, escuchó hablar de él. A sus oídos llegó lo que todos sabemos por las escrituras, que Salomón era un hombre lleno de sabiduría: (1R.5:9-10) “Dios concedió a Salomón una sabiduría y una inteligencia extremadamente grande, y tanta amplitud de espíritu cuanta arena hay en las playas del mar. La sabiduría de Salomón superaba la de todos los Orientales y toda la sabiduría de Egipto”. Pero esta mujer, la Reina de Saba, llevó a cabo una acción que muchos de nosotros deberíamos imitar en algún momento de nuestras vidas. Leamos este capítulo y versículos para analizar: (2Cro.9:5-6) y dijo al rey: “¡Realmente era verdad lo que había oído decir en mi país acerca de ti y de tu sabiduría! Yo no lo quería creer, sin venir antes a verlo con mis propios ojos. Pero ahora compruebo que no me habían contado ni siquiera la mitad: el cúmulo de tu sabiduría supera la fama que llegó a mis oídos”.
Si la Reina de Saba no hubiera hecho ese esfuerzo, si no hubiese tenido la valentía de dar ese paso y solo se hubiera conformado con lo que había escuchado, jamás hubiera conocido la verdad, léase: (Lc.11:31). Tendría la opción de haber creído lo que escuchaba o de no haber creído. Pero entonces viviría con una duda eterna. Te pregunto, ¿podrás tú cruzar el desierto como lo hizo la Reina de Saba para descubrir o afirmar cuál es la verdad? La Reina de Saba solo después de haber conocido la verdad pudo decir estas palabras: (2Cro.9:8) “¡Y bendito sea Yahvéh, tu Dios!”
Confío en que estés dispuesto a leer, analizar y estudiar de forma imparcial lo que aquí se escribe. Como Laicos de la Iglesia fuimos llamados a ser partícipes en la proclamación de su Palabra: (Lc.10:1-2) “Después de esto, el Señor designó a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos para que lo precedieran en todas las ciudades y sitios adonde él debía ir. Y les dijo: La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rueguen al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para la cosecha”. Con el fin de que Dios pueda concederles el conocimiento de la verdad: (2Tm.2:25) “Debe reprender con dulzura a los adversarios, teniendo en cuenta que Dios puede concederles la conversión y llevarlos al conocimiento de la verdad”.
Llegará el momento en que dudes: (Lc.22:31-32) “Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo”, Puede que dejes de creer: (Lc.18:8) “Pero cuando venga el Hijo del Hombre ¿encontrará fe sobre la tierra?”, Pero también pudiera ser que buscando en qué creer quisieras aceptar una doctrina que se amolde a ti, en vez de ser tú quien se amolde a la doctrina que Cristo nos dejó a través de los Apóstoles y la Iglesia: (Ga.5:7) “¡Ustedes andaban tan bien...! ¿Quién les impidió mantenerse fieles a la verdad?”
Tener fe en una doctrina diferente a la que predicó Cristo es intentar engañar a Cristo, haciéndole creer que creemos en Él, que predicamos en su nombre y que hacemos lo que Él nos ordenó hacer: (Mt.7:22-23) “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿acaso no profetizamos en tu Nombre? ¿No expulsamos a los demonios e hicimos muchos milagros en tu Nombre? Entonces yo les manifestaré: Jamás los conocí; apártense de mí, ustedes, los que hacen el mal”. Podemos pensar que Jesús es injusto al decir estas palabras. Pero es todo lo contrario: (1Tm.2:4) “porque Él quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad”.
Entonces, ¿por qué estas palabras tan fuertes y chocantes? Para comprender el ¿por qué?, de estas palabras solo tenemos que reflexionar en solo una pregunta, pregunta basada en una respuesta que Jesús mismo dio a sus discípulos: (Mc.9:38-40) “Juan le dijo: Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre, y se lo hemos prohibido, porque no es de los nuestros. Pero Jesús les dijo: No se lo impidan, porque nadie puede hacer un milagro en mi Nombre y luego hablar mal de mí, el que no está contra nosotros, con nosotros está”.
Nos quedó claro, quien cree en Él no va en su contra “el que no está contra nosotros”, y esto nos lleva a la pregunta: ¿Le creo a Él? Así pues, sabrás que no es tan sencillo como solo declarar que Jesús es el Señor con la boca: (Rm.10:9; Hch.2:21; Jl.3:5/RV.2:32) “Y sucederá que todo el que invoque el nombre de Yahvéh será salvo…”. Si no, que para poder confesar que creemos en Él hay que creerle a Él, en otras palabras, no ir en contra de su doctrina: (Mc.12:30), (Lc.11:23) “El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo desparrama.” Leamos pues la explicación de: (Rm.10:9; Hch.2:21; Jl.3:5/RV.2:32) que da el Apóstol Pablo en: (Rm.10:14) “¿Como invocaran a aquel en quien no han creído?…”, sin olvidar lo que nos dice: (Mt.15:8) “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí”.
¿Cómo permanecer en la verdad? Aquí está la respuesta: (Jn.8:31-32) “Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en Él: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres”.
En resumen, la verdad es su Palabra y su Palabra está escrita en la Biblia, por eso la llamamos “Palabra de Dios”. Al igual que Jesús nos invita a creer y ser fieles a su Palabra, los Apóstoles hacían lo mismo con la Iglesia: (Rm.16:17) “Os, ruego, hermanos, que os guardéis de los que suscitan divisiones y escándalos contra la doctrina que habéis aprendido; apartaos de ellos”, (Ga.1:6-8) “Me sorprende que ustedes abandonen tan pronto al que los llamó por la gracia de Cristo, para seguir otro evangelio. No es que haya otro, sino que hay gente que los está perturbando y quiere alterar el Evangelio de Cristo. Pero si nosotros mismos o un ángel del cielo les anuncia un evangelio distinto del que les hemos anunciado, ¡sea anatema!”
Quiero que tengas presente que es el Espíritu Santo el que nos revela toda esta verdad, y que Jesús a través de su palabra nos recuerda que el pecado consiste precisamente en ignorar su verdad: (Jn.16:8-9) “Y cuando Él venga, probará al mundo dónde está el pecado, dónde está la justicia y cuál es el juicio. El pecado está en no haber creído en mí”.
La Iglesia Católica es custodia fiel de las enseñanzas “Palabra de Dios” y las Tradiciones que por siglos han permanecido en ella como herramientas utilizadas en la evangelización. Ya que es esta columna y fundamento de la verdad: (1Tm.3:15) “…la Iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad.” Instrúyete, lee el catecismo, los libros de los padres de la Iglesia y, sobre todo, créele a Cristo. Recuerda, Dios desea la conversión de todos nosotros, pero: (Za.8:19) “Así habla el Señor de los ejércitos: El ayuno del cuarto, del quinto, del séptimo y el décimo mes se convertirán para la casa de Judá en alegría, en gozo y en hermosas solemnidades. ¡Pero amen la verdad y la paz!”
