“Por lo cual los entregó Dios a la inmundicia en las concupiscencias de su corazón, de modo que entre ellos afrentasen sus propios cuerpos”. (Rom.1:24)
Un momento: ¿Dios los entrego a sus vicios?, ¿los deja seguir pecando?
Pues... sí, y eso es una terrible manifestación de la ira de Dios. Podríamos pensar que los placeres del pecado son preferibles al sufrimiento y a la calamidad, pero no lo son.
Tenemos que considerar el pecado como una acción que destruye nuestro vínculo familiar con Dios
y nos aparta de la vida y de la libertad. ¿Como sucede esto?
Tenemos la obligación, ante todo, de resistir la tentación. Si entonces fallamos y pecamos, tenemos la obligación de arrepentirnos inmediatamente. Si no nos arrepentimos, Dios nos deja que vayamos a lo nuestro: permite que experimentemos las consecuencias naturales de nuestros pecados, los placeres ilícitos. Si seguimos sin arrepentirnos mediante la abnegación y los actos de penitencia. Dios permite que continuemos en pecado, formando así un hábito, un vicio, que oscurece nuestro entendimiento y debilita nuestra voluntad.
Una vez que estamos enganchados a un pecado, nuestros valores se vuelven del revés. El mal se con vierte en nuestro «bien» más urgente, nuestro más profundo anhelo; el bien se presenta como un «mal» porque amenaza con apartarnos de satisfacer nuestros deseos ilícitos. Llegados a ese punto, el arrepentimiento llega a ser casi imposible, porque el arrepentimiento es, por definición, un apartarse del mal y volverse hacia el bien; pero, para entonces, el pecador ha redefinido a conciencia tanto el bien como el mal. Isaías dijo de tales pecadores: «iAY de aquellos que llaman mal al bien y bien al mal» (ls.5:20).
Una vez que hemos abrazado el pecad de esta manera y rechazado nuestra alianza con Dios, sólo puede salvarnos una calamidad. A veces lo más compasivo que puede hacer Dios con un borracho, por ejemplo, es permitir que destroce el coche o que le abandone su mujer..., lo que le forzará a aceptar la responsabilidad de sus actos.
¿Y que pasa cuando toda una nación ha caído en un pecado grave y habitual? Funciona el mismo
principio. Dios interviene permitiendo una depresión económica, una conquista extranjera o una catástrofe natural.
Si hemos dejado que el mundo y sus placeres nos gobiernen como si fueran dios, lo mejor que puede hacer el Dios real es empezar a remover las piedras que constituyen el cimiento de nuestro mundo.
La cena del Cordero; La Misa, el cielo en la tierra; Scott Han; 10ᵃ edición, pag.144-145
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