El nombre "Belén" tiene una etimología profundamente significativa para entender el sacrificio del pan en el contexto del sacramento eucarístico. Proveniente del hebreo "Beit Lehem" (בית לחם), que se traduce como "Casa del Pan" o "Casa del Alimento", Belén no es solo un lugar geográfico sino un símbolo teológico de la provisión divina y el sustento espiritual. En la tradición cristiana, la Eucaristía es el sacramento que constituye el centro de la vida eclesial, y su comprensión se enriquece al reflexionar sobre el significado del nombre Belén. El hecho de que Jesús haya nacido en la "Casa del Pan" resalta la profunda conexión entre su identidad y el pan que ofrecemos en la misa.
El pan en la Eucaristía no es un simple símbolo, sino que es el Cuerpo de Cristo, entregado por nuestra salvación. La conexión entre Belén y la Eucaristía es fundamental para comprender el sacrificio de Jesús. En Belén, Dios se hizo hombre y comenzó su misión de salvar a la humanidad. Este acto de encarnación y humildad es el preludio del sacrificio supremo que Jesús ofrecerá en la cruz, donde se convertirá en el Pan de Vida para todos. El sacrificio del pan en la misa es, por tanto, una rememoración y actualización del sacrificio de Cristo. En cada celebración eucarística, los fieles no solo conmemoran la muerte y resurrección de Jesús, sino que participan en un misterio de unidad y vida que comenzó en Belén. El pan eucarístico, al convertirse en el Cuerpo de Cristo, nos recuerda que el sustento espiritual que recibimos es fruto del sacrificio de amor más grande que se haya ofrecido: la entrega de sí mismo en la cruz.
Al contemplar el sacrificio del pan en la Eucaristía a la luz de la etimología de Belén, podemos ver un vínculo profundo entre el nacimiento de Jesús en la "Casa del Pan" y su sacrificio en la cruz. La Eucaristía es el sacramento verdadero que nos une a Cristo, el Pan de Vida, y nos da participación en su sacrificio redentor, que comenzó en Belén y se consumó en la cruz.
“… Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza poderosa,” (Efesios; 1:17-19). Amen
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