¿Por qué Jesús nos llama?
¿Recuerdas cuando se lee la primera lectura del primer libro de Samuel en la Iglesia? Yahvé llama a Samuel: (1 Samuel 3:4) “llamó Yahvé a Samuel; el cual respondió: ¡Heme aquí!” Samuel respondió: aquí estoy, pero Samuel no conocía a Dios, así que corrió hacia donde se encontraba Helí para preguntarle por qué lo había llamado. Esto ocurrió varias veces en la noche mientras dormían y, al final, Samuel hizo la pregunta correcta: (1 Samuel 3:10) “Vino Yahvé (de nuevo) y parándose llamó como las otras veces: ¡Samuel! ¡Samuel! Respondió Samuel: “Habla, tu siervo escucha.”
Es mi deseo mostrarles la razón por la cual debemos adoptar la actitud de Samuel, pues al igual que Dios lo llamó en el pasado, ahora en el presente nos extiende ese llamado a nosotros. Para responder a la primera de estas dos preguntas, comenzaremos leyendo el siguiente pasaje de la Biblia: (1 Timoteo 2:4) “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad.”
Jesús nos llama porque Dios quiere que todos, sin excepción de personas, nos salvemos. Dios desea que tú te salves y que yo me salve; está en cada uno de nosotros escuchar su voz y aceptar ese llamado de Jesús. El deseo de Dios no solo se encuentra explícitamente escrito en esta carta del Apóstol Pablo a Timoteo, sino que también lo podemos leer en varios lugares del Nuevo Testamento. En el llamado de Jesús, encontramos una profunda revelación de su amor y propósito para con nosotros. Jesús dice en: (Juan 6:39) “Ahora bien, la voluntad del que me envió es que no pierda yo nada de cuanto Él me ha dado, sino que lo resucite en el último día.”
Jesús declara que la voluntad del Padre es que todo aquel que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna. Este llamado se fundamenta en el deseo divino de ofrecernos salvación: (Juan 6:40) “Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día.” Jesús refuerza la idea de que llegamos a Él mediante el aprendizaje y la escucha del Padre. Este proceso revela una conexión intrínseca entre el conocimiento de Dios y la respuesta al llamado de Jesús: (Juan 6:45) “Está escrito en el libro de los Profetas: 'Todos serán instruidos por Dios'. Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí.”
En la Biblia encontramos una visión clara del propósito redentor de Jesús. Él no vino para condenar, sino para salvar al mundo, demostrando así la magnitud de su llamado basado en el amor y la misericordia divina: (Juan 3:16-17) “Sí, Dios amó tanto al mundo que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.” Subraya la paciencia de Dios, deseando que todos se arrepientan. Este llamado no excluye a nadie y refleja la disposición constante de Jesús para recibir a aquellos que vuelven a Él: (2 Pedro 3:9) “El Señor no tarda en cumplir lo que ha prometido, como algunos se imaginan, sino que tiene paciencia con ustedes porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan.” Es tanto el amor que Dios siente por nosotros que incluso propiciará la revelación de Jesús a aquellos que no lo buscaban. Esto resalta la iniciativa divina en el llamado, revelando la gracia y la soberanía de Dios: (Romanos 10:20) “E Isaías se atreve a decir: Me encontraron los que no me buscaban y me manifesté a aquellos que no preguntaban por mí; (Is.65:1).” Finalmente, encontramos una promesa alentadora para todos, pues fue profetizado que toda carne verá la salvación de Dios: (Lucas 3:6) “Y toda carne verá la salvación de Dios.” Jesús representa esa salvación, es Él quien nos llama para que nos reconciliemos con el Padre y experimentemos esta salvación, cumpliendo así su propósito redentor.
¿Cuál es el propósito de su llamado?
Hemos leído las razones que tiene Dios para hacernos el llamado: (1 Timoteo 2:4) “el cual quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad.” No perdamos de perspectiva el llamado que hizo Dios a Samuel: (1 Samuel 3:4) “llamó Yahvé a Samuel.” Ahora bien, ¿cuál fue el propósito de este llamado?, el llamado de Samuel. Leamos pues: (1 Samuel 3:19-20) “Samuel creció y Yahvé estaba con él y no dejó que cayera por tierra ninguna de sus palabras. Por lo cual conoció todo Israel, desde Dan hasta Bersabee, que Samuel era un verdadero profeta de Yahvé.” Samuel fue en la tierra los labios de Dios, por tal razón se le conoció como un gran profeta. Este suceso, por supuesto, fue sombra de lo que ahora es luz, pues, para nosotros los Cristianos, la Palabra de Dios ya no está en boca de hombres, sino que es la misma Palabra la que se hace hombre para hablarnos directamente, sin intermediarios: (Juan 1:14) “Y el Verbo se hizo carne, y puso su morada entre nosotros y nosotros vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.”
Entonces, ¿cuál es el propósito de su llamado? No existe una mayor razón que esta, debemos ser sus testigos: (Hechos de los Apóstoles 1:8) "Recibiréis, sí, potestad, cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo; y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaria, y hasta los extremos de la tierra.” Esta declaración no solo fue dirigida a los Apóstoles en aquel momento, sino que resuena a lo largo de la historia, llegando hasta nosotros hoy. Jesús nos llama a ser sus testigos, a llevar la luz de su amor y verdad a cada rincón de la tierra. Y ser sus testigos no es únicamente dar fe de Él; ser sus testigos es más que eso, es vivir nuestras vidas tal y como Él nos pide que las vivamos. Si no vivimos conforme a sus palabras y si rechazamos su doctrina, seremos considerados falsos testigos, como lo dice el Apóstol Pablo en: (1 Corintios 15:15) “entonces somos también hallados falsos testigos de Dios.”
San Mateo, uno de los 12 Apóstoles, escribe: (Mateo 28:19-20) "Por tanto, id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado." Somos llamados a evangelizar, somos llamados a bautizar, pero también somos llamados a guardar todas las cosas que Jesús nuestro Dios les dio a conocer a sus discípulos y que nos han sido transmitidas a todos los Cristianos a través de sus palabras, tradición escrita o tradición oral: (2 Tesalonicenses 2:14-15) “El los llamó, por medio de nuestro Evangelio, para que posean la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, hermanos, manténganse firmes y conserven fielmente las tradiciones que aprendieron de nosotros, sea oralmente o por carta.” Fuimos llamados para darlo a conocer: (Marcos 16:15) "Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura." (2 Timoteo 4:2) "Que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina." Así como el Padre envió a Jesús, Él nos envía a nosotros. Somos sus representantes en este mundo, llevando su amor y gracia a dondequiera que vayamos: (Juan 20:21) "Y Jesús les dijo otra vez: Paz a vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío." La llamada de Jesús va más allá de las fronteras geográficas; es una llamada a transformar vidas. Debemos ser testigos en nuestro hogar, en nuestra comunidad y también en aquellos lugares donde el nombre de Jesús aún no ha sido escuchado.
¿Qué mensaje debemos llevar a todo hombre?
Jesús enfatiza el arrepentimiento y el perdón de pecados como parte integral del mensaje que debemos llevar a todas las naciones: (Lucas 24:47-48) "y que en su nombre se predicará el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén. Y vosotros sois testigos de estas cosas." Jesús nos elige con un propósito específico, llevar fruto duradero mediante nuestra obediencia a su mandato: (Juan 15:16) "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, os lo conceda." A pesar de la oposición, los apóstoles no pudieron callar; su experiencia con Jesús los impulsó a compartir el Evangelio: (Hechos 4:20) "Porque no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído."
El Apóstol Pablo destaca la potencia transformadora del Evangelio, que es capaz de salvar a todos los que creen, sin importar su origen: (Romanos 1:16) "Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es el poder de Dios para la salvación de todo aquel que cree; del judío, primeramente, y también del griego." Somos llamados a creer en la oración y a orar en todo momento. El Apóstol Pablo reconoce la importancia de la oración para proclamar el Evangelio con valentía, incluso en circunstancias difíciles: (Efesios 6:19-20) "Y orad también por mí, para que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con denuedo el misterio del evangelio, por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar." Fuimos llamados a permanecer firmes en nuestra fe, la fe que nos ha transmitido la Iglesia desde los primeros siglos: (Colosenses 1:23) "Si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio que habéis oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro."
La Biblia enseña que los cristianos están llamados a llevar a cabo diversas obras y prácticas que reflejen su fe y testimonien el amor de Cristo en el mundo. Aunque la doctrina de la participación en el misterio de la Salvación por obras no es regla de fe para todos los Cristianos, la Palabra de Dios es clara: será por ellas que seremos juzgados: (1 Pedro 1:17) “Y si llamáis Padre a Aquel que, sin acepción de personas, juzga según la obra de cada uno, vivid en temor el tiempo de vuestra peregrinación.” Por tal razón, es nuestro deber, no solo anunciar el Evangelio, sino también enseñar de qué manera se vive el Evangelio que predicamos: (1 Timoteo 2:10) “Que se adornen más bien con buenas obras, como conviene a personas que practican la piedad” (1 Timoteo 5:10) “Que sus buenas obras den testimonio de ella; tiene que haber educado a sus hijos, ejercitado la hospitalidad, haber lavado los pies a los hermanos, socorrido a los necesitados y practicado el bien en todas sus formas” (1 Timoteo 6:18-19) “Que practiquen el bien, que sean ricos en buenas obras, que den con generosidad y sepan compartir sus riquezas, que atesoren para el futuro unos sólidos fondos con los que ganar la vida verdadera.” Practicar la compasión y la ayuda a los necesitados es una enseñanza recurrente en la Biblia. Jesús nos llama a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, y las obras de caridad son la manera en que obedecemos a ese llamado.
Estaría horas escribiendo sobre este tema y las páginas serían interminables; solo he querido dejar un pequeño extracto de los puntos que considero importantes y que dan respuesta a las preguntas planteadas en el título del tema en discusión. Para terminar este escrito, deseo puntualizar que nada de lo discutido anteriormente sería posible si no permanecemos en comunión con la Iglesia. Es importante que participemos y nos sumerjamos en alma y corazón a la comunidad de Fe. La iglesia es el cuerpo de Cristo, y la participación activa en la comunidad de fe es vital. Los Cristianos están llamados a adorar juntos, edificarse mutuamente y trabajar juntos para el avance del Reino de Dios: (Hebreos 10:24-25) “y miremos los unos por los otros, para estímulo de caridad y de buenas obras, no abandonando la común reunión, como es costumbre de algunos, sino antes animándoos, y tanto más, cuanto que veis acercarse el día.”
“Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza poderosa,” (Efesios 1:17-19).