“El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión con el cuerpo de Cristo?” (1Co.10:16)
Pan de vida
Me gusta escuchar las opiniones de los demás con relación a cualquier tema de fe, no solo de católicos, sino que también de los que no lo son. ¿Cómo llegar a la verdad si no estamos dispuestos a buscarla? ¿Cómo llegar a la verdad si no damos el paso que Dios espera que demos? Recuerdan el paso que dio la Reina de Saba para encontrar la verdad.
Cambiando estaciones en la radio escuché una predicación de un “siervo” de Dios, de una fe diferente a la nuestra. La predicación se centraba en lo que leemos en: (Jn.6:33-35) “porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan. Jesús les respondió: Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed”. De una forma muy elocuente fue desarrollando esta predicación en donde muy claramente señaló, que Jesús es el Pan de vida y como dice la escritura, el que hacia Él dirige su vida jamás tendrá hambre o sed. Y estas palabras, continuaba diciendo, se cumplen también en la lectura: (Jn.4:5-14) “…pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la Vida eterna”. Jesús es el Pan y es el Agua que nos da vida eterna continuó predicando, pero esto no quiere decir que hay que comerlo o beberlo, lo que la Palabra nos dice es, que hay que dirigir nuestras vidas hacia Él, ya que la comida y la bebida de la que habla, es su Palabra: (Mt.4:4) “Jesús le respondió: Está escrito: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios", es una comida y una bebida espiritual, una que únicamente recibiremos al entregarnos totalmente a Él y después de haber aceptado la salvación al declarar su nombre: (Rm.10:9; Hch.2:21; Jl.3:5/RV.2:32), entonces y solo entonces, recibiremos ese alimento y esa bebida que nos dará la vida eterna: (Ef.1:13) “En él, ustedes, los que escucharon la Palabra de la verdad, la Buena Noticia de la salvación, y creyeron en ella, también han sido marcados con un sello por el Espíritu Santo prometido”.
Una hermosa predicación, pero con una verdad a medias en ella. Y esta media verdad en su predicación no está implícita en lo que dijo ni está en las lecturas que citó. La clara intención por parte de este “siervo” de Dios de no mostrar a su congregación la verdad con relación al tema presentado está en lo que no dijo, está en las lecturas que no citó. Olvidó lo que dicen las Escrituras: (Lc.12:47) “El servidor que, conociendo la voluntad de su señor, no tuvo las cosas preparadas y no obró conforme a lo que él había dispuesto, recibirá un castigo severo”. Así como hay verdaderos hijos de Dios: (Rm.8:14) “Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios”. También hay verdaderos siervos de Dios: (Ef.4:14) “Así dejaremos de ser niños, sacudidos por las olas y arrastrados por el viento de cualquier doctrina, a merced de la malicia de los hombres y de su astucia para enseñar el error”. Tal y como lo dice San Pablo, el que utiliza su astucia para enseñar el error, enseña una doctrina que no es la verdadera y debemos estar atentos a esto, pues podríamos ser arrastrados por esa corriente.
¿Cuál fue la verdadera intención de Jesús al decir las palabras que ya leímos en: (Jn.6:33-35)? ¿Hacia dónde quería Jesús dirigir al pueblo judío que lo escuchaba?
Jesús por primera vez le habla al pueblo de Dios del sacrificio que haría por nosotros. Por primera vez le habla de que este sacrificio ya no sería más como el que ofrecen los Sacerdotes según la Ley de Moisés: (Lv.5:6) “Luego, como sacrificio de reparación por el pecado cometido, llevará a Yahvé una hembra, oveja o cabra, y el sacerdote hará la expiación por dicho pecado y persona”, sino que sería según la orden de Melquisedec: (Gn.14:18) “Melquisedec, rey de Salem, que era sacerdote del Dios Altísimo, ofreció pan y vino”. El sacerdote Melquisedec ofreció pan y vino como ofrenda a Dios para bendecir a Abraham, Jesús nos dice, que esta vez Él será el sacrificado: (Jn.1:29) “Al día siguiente, Juan vio acercarse a Jesús y dijo: Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, que su cuerpo es el pan, pero no cualquier pan, hay una promesa en estas palabras de Jesús. Si recibimos el pan que es su cuerpo y el vino que es su sangre, tendremos vida en nosotros: (Jn.6:51) “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”, (Jn.6:53) “Jesús les respondió: Les aseguro que, si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes”.
Muy duras estas palabras, imaginemos lo que pasó por la mente de todos estos judíos. ¿Recuerdan cuando hablamos de la Antigua y Nueva Ley?, recuerdan cuando nos preguntamos, ¿por qué los judíos no podían probar nada con sangre?: (Gn.9:4) “Sólo se abstendrán de comer la carne con su vida, es decir, con su sangre”, (Lv.17:12) “Por eso dije a los israelitas: Ninguno de ustedes comerá sangre, no tampoco lo hará el extranjero que resida en medio de ustedes”. Las palabras que había pronunciado Jesús eran un sacrilegio para los judíos que lo escucharon. Comer su cuerpo y beber su sangre, ¿estaría Jesús hablando de forma literal o solo fue una comparación no implícita?, tal y como lo expuso aquel “siervo de Dios” en su predicación.
Debemos continuar leyendo el capítulo en su totalidad para darnos cuenta de cuál fue el verdadero sentido en las palabras pronunciadas por Jesús: (Jn.6:30-71) y veremos como hoy en día hay personas que actúan de la misma manera que lo hicieron muchos de sus discípulos en ese momento. Esta forma de pensar: (Jn.6:60) “¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?”, la de muchos de los discípulos que lo seguían, es y fue la forma de pensar de grupos con los que la Iglesia tuvo que enfrentarse desde los primeros siglos, en particular con una corriente herética llamada, el Docentismo, contra la cual San Ignacio de Antioquía escribe lo siguiente: “Que ninguno os engañe. Incluso a los seres celestiales y a los ángeles gloriosos y a los gobernantes visibles e invisibles, si no creen en la sangre de Cristo [que es Dios], les aguarda también el juicio. El que recibe, que reciba. Que los cargos no envanezcan a ninguno, porque la fe y el amor lo son todo en todos, y nada tiene preferencia antes que ellos. Pero observad bien a los que sostienen doctrina extraña respecto a la gracia de Jesucristo que vino a vosotros, que éstos son contrarios a la mente de Dios. No les importa el amor, ni la viuda, ni el huérfano, ni el afligido, ni el preso, ni el hambriento o el sediento. Se abstienen de la eucaristía (acción de gracias) y de la oración, porque ellos no admiten que la eucaristía sea la carne de nuestro Salvador Jesucristo, cuya carne sufrió por nuestros pecados, y a quien el Padre resucitó por su bondad. Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el Obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el Obispo, allí debe estar el pueblo” (Carta a los Cristianos de Esmirna).
Un punto curioso es que quienes no creen en la presencia real de nuestro Señor Jesucristo en la eucaristía, afirman que Jesús dijo al compartir el pan y el vino en la última cena “esto representa mi cuerpo, esto representa mi carne”. Me da mucha pena saber que hay personas que predican que debemos creerle a Cristo, pero ellos mismos no le creen, y mucho peor: (2P.3:16) “algunas personas ignorantes e inestables interpretan torcidamente –como, por otra parte, lo hacen con el resto de la Escritura– para su propia perdición”. Leamos las lecturas que hacen referencia a este hecho con el propósito de encontrar en qué parte de la Biblia se menciona la palabra: “esto es una representación, o esto representa”:
(Mt.26:26-28) “Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen y coman, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, diciendo: Beban todos de ella, porque esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos para la remisión de los pecados”.
(Mc.14:22-24) “Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos”.
(Lc.22:19-20) “Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía. Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes”.
Yo, no encontré por ningún lado la palabra “esto representa”. ¿Y usted?
Sobre la Prefiguración de este Sacramento
(Ex.24:8) “Entonces Moisés tomó la sangre y roció con ella al pueblo, diciendo: «Esta es la sangre de la alianza que ahora el Señor hace con ustedes, según lo establecido en estas cláusulas».” No me digan ustedes que esta lectura no guarda ninguna relación con lo dicho por Jesús en la última cena, volvamos a repasar: (Mt.26:26-28), (Mc.14:22-24), (Lc.22:19-20).
En: (1Co.10:2-3) el Apóstol Pablo haciendo alusión al Antiguo Testamento nos muestra cómo este sacramento junto con el del Bautismo aparecen prefigurados, dice: “y para todos, la marcha bajo la nube y el paso del mar, fue un bautismo que los unió a Moisés. También todos comieron la misma comida y bebieron la misma bebida espiritual”. Un Bautismo que los unió a Moisés y nosotros por el Bautismo nos unimos a Cristo: (Col.2:12) “En el bautismo, ustedes fueron sepultados con él, y con él resucitaron, por la fe en el poder de Dios que lo resucitó de entre los muertos”. Todos, dice la Palabra de Dios comieron la misma comida y bebieron la misma bebida espiritual y aún hoy para los que creen, Dios nos une más a Él a través de la Eucaristía, nuestra comida y bebida espiritual:
En el Génesis ocurre algo muy interesante pero quizás para muchos ha pasado desapercibido, no solo había un árbol del cual los primeros hombres no podía comer, como todos sabemos Adán y Eva comieron del árbol del conocimiento: (Gn.3) “…Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”, sino que también había un árbol que le daría a los hombre la gracia de vivir para siempre, a semejanza de Dios Trino: (Gn.3:22) “Después el Señor Dios dijo: El hombre ha llegado a ser como uno de nosotros en el conocimiento del bien y del mal. No vaya a ser que ahora extienda su mano, tome también del árbol de la vida, coma y viva para siempre”. Así que en el paraíso se encontraba un árbol que al igual que el árbol del cual comieron Adán y Eva le daría una gracia que solo le corresponde a Dios, en este caso: (Gn.3:22), le daría vida eterna. Si leemos el Apocalipsis, veremos que el Apóstol Juan vuelve a hacer mención de este árbol y también del efecto que tendría comer de su fruto: (Ap.2:7) “El que pueda entender, que entienda lo que el Espíritu dice a las Iglesias: al vencedor, le daré de comer del árbol de la vida, que se encuentra en el Paraíso de Dios”. Este mensaje es para toda la Iglesia. El Apóstol Juan se expresa en plural, porque hace referencia a las Iglesias establecidas a través de la tierra; Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardes, Filadelfia y Laodicea, pero aunque se mencionan siete (7), todas son una sola en la fe, pues todas las Iglesias perseveraban en ella: (Ef.4:5) “Hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo”, teniendo la misma doctrina: (1Co.1:10) “Hermanos, en el nombre de nuestro señor Jesucristo, yo los exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y vivan en perfecta armonía, teniendo la misma manera de pensar y de sentir”.
Hay un solo requisito para poder comer de este árbol: (Ap.22:14) “¡Felices los que lavan sus vestiduras para tener derecho a participar del árbol de la vida y a entrar por las puertas de la Ciudad!”, Antes de comerlo habrá que lavar nuestras vestiduras, ¿recuerdan que otro Apóstol nos alerta sobre esta verdad de fe?: (1Co.11:27-29) “Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo antes de comer este pan y beber esta copa; porque si come y bebe sin discernir el Cuerpo del Señor, come y bebe su propia condenación”. Si has leído las profecías del Profeta Ezequiel ya sabrás quién es ese árbol: (Ez.17:22-24) “…Yo también tomaré la copa de un gran cedro, cortaré un brote de la más alta de sus ramas, y lo plantaré en una montaña muy elevada: lo plantaré en la montaña más alta de Israel. El echará ramas y producirá frutos, y se convertirá en un magnífico cedro. Pájaros de todas clases anidarán en él, habitarán a la sombra de sus ramas. Y todos los árboles del campo sabrán que yo, el Señor, humillo al árbol elevado y exalto al árbol humillado, hago secar el árbol verde y reverdecer al árbol seco...” Jesús es el árbol y la Eucaristía es el fruto: (Jn.6:48-50) “Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.
Un misterio que solo puede ser administrado por nuestros Sacerdotes: (1Co.4:1) “Los hombres deben considerarnos simplemente como servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”, los que recibieron este poder a través de la imposición de las manos de forma interrumpida: (Lc.22:29) “Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí”, (Hch.6:5-6) “La asamblea aprobó esta propuesta y eligieron a Esteban, hombre lleno de fe y del Espíritu Santo, a Felipe y a Prócoro, a Nicanor y a Timón, a Pármenas y a Nicolás, prosélito de Antioquía. Los presentaron a los Apóstoles, y estos, después de orar, les impusieron las manos”, (Hch.13:1-3) “…Un día, mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo les dijo: Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la obra a la cual los he llamado. Ellos, después de haber ayunado y orado, les impusieron las manos y los despidieron”.
La verdad en sus Palabras
Antes de continuar con el tema en referencia, estudiemos un poco sobre quién fue el Apóstol Juan, el Apóstol responsable de esta lectura: (Jn.6:30-71). Conocido entre los Apóstoles como el discípulo Amado: (Jn.21:20) “el discípulo al que Jesús amaba”, el mismo Apóstol que en ánimo de consolador, recuesta su cabeza sobre el pecho de Jesús: (Jn.13:23) “Uno de ellos, el discípulo al que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús”. Fue a este mismo discípulo a quien Jesús encomienda a su madre, haciéndonos a todos hijos de María, madre de Jesús: (Jn.19:26-27) “Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba”. Fue este mismo discípulo el que escribió el libro de Apocalipsis mientras vivió desterrado en la isla de Patmos, a causa de predicar la Palabra de Dios y dar testimonio de Jesús: (Ap.1:9) “Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes comparto las pruebas, el reino y la perseverancia en Jesús, me encontraba en la isla de Patmos a causa de la palabra de Dios y de las declaraciones de Jesús.” El Apóstol Juan también escribe las tres cartas que aparecen en el Nuevo Testamento de la Biblia, las cuales según una tradición que se remonta al siglo II, se escribieron en Éfeso.
Es importante saber que estos, sus últimos escritos conocidos y los que encontramos en la Biblia divididos en tres cartas: (1Jn, 2Jn, 3Jn) como ya habrás leído, son una exhortación a las comunidades Cristianas, dicho de una manera más exacta, a la Iglesia, para que estuvieran alertas ante la creciente aparición de falsos maestros que amenazaban con perturbar y arrancar de esa joven, pero creciente Iglesia, a sus miembros. El Apóstol Juan ya había, por la revelación recibida: (Ap.1:10) “Se apoderó de mí el Espíritu el día del Señor y oí a mis espaldas una voz que sonaba como trompeta”, y escrita en el libro de Apocalipsis, alertado a la Iglesia sobre lo que ocurriría en su actual generación y en las venideras. De una forma magistral el Apóstol Juan se dirige a la Iglesia de su época, la Iglesia que ha perdurado hasta hoy y que permanecerá hasta la segunda venida de Cristo Jesús: (Mt.16:18) “sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, para revelarles quién es el anticristo y cómo lo reconoceremos.
En primer lugar, nos habla de la existencia de la bestia: (Ap.13:18) “El que sea inteligente, que interprete la cifra de la bestia. Es la cifra de un ser humano, y su cifra es 666.” y lo más interesante, asigna un número a esta o estas bestias, el 666. Este ser es totalmente lo opuesto a Jesús, a su doctrina, a la fe que profesamos. Solo basta con leer el Apocalipsis para darse cuenta. Pero he aquí lo más emocionante, el Apóstol Juan no deja aquí este tema. En sus cartas, vuelve a hablar de esa o esas bestias (666), ahora le llama Anticristo. ¿Qué papel jugaba la bestia si no fuese el de blasfemar contra Dios, su Iglesia y sus enseñanzas?: (Ap.13:6) “Ella abrió la boca para maldecir a Dios y blasfemar contra su Nombre y su Santuario, y contra los habitantes del cielo”. ¿Qué dice el Apóstol Juan sobre cómo reconocer al anticristo, a la bestia (666) a esa criatura que solo sabe maldecir y blasfemar conta el nombre de Dios?:
(1Jn.2:18-19) “Hijos míos, ha llegado la última hora. Ustedes oyeron decir que vendría el Anticristo; en realidad, ya han aparecido muchos anticristos, y por eso sabemos que ha llegado la última hora. Ellos salieron de entre nosotros, sin embargo, no eran de los nuestros. Si lo hubieran sido, habrían permanecido con nosotros. Pero debía ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros”.
(1Jn.2:22) “Ese es el Anticristo: el que niega al Padre y al Hijo”
(1Jn.4:3) “Y todo el que niega a Jesús, no procede de Dios, sino que está inspirado por el Anticristo, por el que ustedes oyeron decir que vendría y ya está en el mundo”.
(2Jn.1:7) “Porque han invadido el mundo muchos seductores que no confiesan a Jesucristo manifestado en la carne. ¡Ellos son el Seductor y el Anticristo!”
Como ya vimos, el anticristo no caerá del cielo, ni se despertará de entre los muertos. Los anticristos, dice la Palabra de Dios, salieron de entre nosotros. Cuando el Apóstol Juan dice: “de entre nosotros” se está refiriendo a que salieron de sus mismas comunidades y todos sabemos que se refiere a las comunidades Cristianas, salieron de la Iglesia. ¿Y cómo los conoceremos?, dice el Apóstol Juan, ellos negarán a Dios y no solo a Dios Padre, sino que también a Dios Hijo, a Jesús. Entonces Juan los está identificando, son todos los que niegan a Dios: (1Jn.2:23) “El que niega al Hijo no está unido al Padre; el que reconoce al Hijo también está unido al Padre”. El que reconoce a Jesús, cree en Él, (Lc.11:28) “Jesús le respondió: Felices más bien los que escuchan la Palabra de Dios y la practican”, (Mt.7:24) “Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca”, (Jn.8:31-32) “Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres".
Si seguimos estas pistas, las que nos da el Apóstol Juan cuando nos dice que ese ser maligno del que nos habla en: (Ap.13:18) “El que sea inteligente, que interprete la cifra de la bestia”, y cuya tarea en esta tierra es maldecir, blasfemar el nombre de Dios: (Ap.13:6) “Ella abrió la boca para maldecir a Dios y blasfemar contra su Nombre y su Santuario, y contra los habitantes del cielo”, y el no reconocer a su hijo Jesucristo, y sabiendo nosotros que el que no cree en Él es porque no cree en sus Palabras, sabremos por qué muchos de sus discípulos dejaron de acompañarlo: (Jn.6:66) “Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”.
¿Por qué intentar cubrir el cielo con las manos? Quizás la impotencia de algunos por no poseer el poder de administrar tan grandioso sacramento los hace pensar que es mejor darle la espalda a Cristo: (Jn.6:66) “…se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”, y seguir caminando, llevando con ellos multitud de personas: (Mt.15:14) “son ciegos que guían a otros ciegos. Pero si un ciego guía a otro, los dos caerán en un pozo”. Jesús no detuvo a esa multitud que lo abandonaba por no haber creído en sus palabras, todo lo contrario, se reafirmó en lo antes dicho y le pregunta a los Apóstoles, a nosotros los Católicos que creemos en Él, a ti que aún dudas, pero crees en sus Palabras y buscas la verdad: (Jn.6:67) “¿También ustedes quieren irse?” ¿También quieres darle la espalda? Pero ellos, nosotros los Católicos convencidos, quizás tú que has encontrado la verdad, contestaron: (Jn.6:68-69) “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios”.
Nosotros hemos creído, y si ellos creyeron, ¿por qué dudar de esta verdad?
Debemos estar muy pendientes de las profecías, pues ya lo dijo el profeta Zacarías: (Za.11:16) “Porque yo voy a suscitar en el país un pastor que no se preocupará de la oveja perdida, ni buscará a la extraviada, ni curará a la herida, ni alimentará a la sana, sino que comerá la carne de las más gordas y les arrancará hasta las pezuñas”.
No es lo mismo celebrar la Cena del Señor que celebrar la Eucaristía. No todos los que tenían consigo el Arca de la Alianza tenían a Dios presente en ella: (1S.5:1) “Los filisteos capturaron el Arca de Dios y la trasladaron de Eben Ezer a Asdod”, (1S.5:9) “Pero una vez que fue trasladada, la mano del Señor se hizo sentir sobre la ciudad y cundió un pánico terrible, porque el Señor hirió a la gente de la ciudad, del más pequeño al más grande, y les brotaron tumores”. Quizás algunos piensan que han trasladado el Arca de Dios a sus templos, aprendamos de los filisteos. San Ignacio de Antioquía escribió: VI. “Considerad como eucaristía válida la que tiene lugar bajo el Obispo o bajo uno a quien él la haya encomendado. Allí donde aparezca el Obispo, allí debe estar el pueblo” (Carta a los Cristianos de Esmirna, 100 años después de Cristo).
“… Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza poderosa,” (Efesios; 1:17-19). Amen
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