¿Cómo se puede definir la Adoración?
La adoración es la prosternación del hombre, que se reconoce criatura ante su Creador tres veces santo. La palabra "prosternación" se refiere a la acción de postrarse o inclinarse profundamente como signo de respeto, adoración, reverencia o sumisión. Esta acción puede ser física, como arrodillarse o inclinarse hasta tocar el suelo con la frente, o puede ser simbólica, mostrando un profundo respeto o humildad.
Numeral 2628; La adoración es la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador. Exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho (cf Sal 95, 1-6) y la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal. Es la acción de humillar el espíritu ante el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10) y el silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre [...] mayor” (San Agustín, Enarratio in Psalmum 62, 16). La adoración de Dios tres veces santo y soberanamente amable nos llena de humildad y da seguridad a nuestras súplicas.
En griego antiguo, el término asociado con "adoración" es "προσκύνησις" (proskýnēsis), que significa "inclinar la cabeza", "postrarse" o "rendir homenaje". Este término se compone de dos partes: "προς" (pros), que significa "hacia", y "κυνέω" (kynéō), que significa "besar" o "adorar". Por lo tanto, etimológicamente, "προσκύνησις" representa el acto de inclinarse o postrarse hacia algo o alguien en señal de reverencia, respeto o adoración, lo cual se relaciona con el concepto moderno de "adoración".
La palabra "adoración" en español proviene del latín "adoratio". La forma latina "adoratio" es la que se relaciona directamente con el verbo "adorare", que significa "adorar" o "rendir culto".
Un ejemplo perfecto del acto de adorar
No podemos encerrar el acto de adoración entre dos paredes. La adoración puede llevarse acabo de varias maneras, es un acto visible, pero también invisible. En el siguiente salmo veremos ambos escenarios en donde se adora a Dios con alabanzas y cantos, pero también humillados y de rodillas (Salmo 95) “Venid, alegrémonos para Yahvé; aclamemos a la Roca de nuestra salvación. Acerquémonos a Él con alabanzas, y con cantos gocémonos en su presencia. Porque Yahvé es un gran Dios, y un rey más grande que todos los dioses. En sus manos están las profundidades de la tierra y son suyas las cumbres de las montañas. Suyo es el mar, pues Él lo hizo, y el continente, que plasmaron sus manos. Venid, adoremos e inclinémonos; Caigamos de rodillas ante Yahvé que nos creó. Porque Él es nuestro Dios; nosotros somos el pueblo que Él alimenta, y las ovejas que Él cuida.” Aclamar y cantar son signos visibles de adoración, como también lo son los actos más humildes (Apocalipsis 1; 17) “Cuando le vi, caí a sus pies como muerto; pero Él puso su diestra sobre mí y dijo: "No temas: Yo soy el primero y el último,”
¿La adoración en el antiguo pacto?
En el Antiguo Testamento, encontramos un rico tapiz de enseñanzas y prácticas que delinean la correcta adoración hacia Dios por parte del pueblo elegido. Desde los mandamientos dados en el monte Sinaí hasta las ceremonias llevadas a cabo en el Templo de Jerusalén, la Escritura nos guía en el camino de la adoración genuina y reverente.
Desde el mismo corazón de la Ley dada a Moisés, encontramos la base de la adoración correcta. En (Éxodo 20; 3-6), leemos "No tendrás otros dioses además de mí. No te harás ídolos, ni figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás ante ellas ni les rendirás culto. Porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres sobre sus hijos hasta la tercera y cuarta generación de los que me odian, pero que muestro amor por millares a los que me aman y guardan mis mandamientos." Aquí se establece el monoteísmo, la exclusividad en la adoración a un Dios único y trino.
El Templo de Jerusalén era el lugar designado por Dios para el culto central del pueblo de Israel. El (Salmo 122; 1) nos presenta el sentir del salmista “Me llené de gozo cuando me dijeron: “Iremos a la Casa de Yahvé.” La adoración en el Templo no solo era un acto ritual, sino una expresión de gozo y comunión con Dios. Pero era en el Templo y solo en el en donde el pueblo elegido debería reunirse para llevar a cabo la adoración (Deuteronomio 12; 5-6; 12; 11) “sino que frecuentaréis el lugar que Yahvé, vuestro Dios, escogiere de entre todas vuestras tribus para poner allí su nombre y su morada. Allí irás; y allí presentaréis vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y las ofrendas alzadas de vuestras manos, vuestros votos y vuestras ofrendas voluntarias, y los primerizos de vuestro ganado mayor y menor.”
Por esta razón la samaritana le cuestiona a Jesús (Juan 4; 20-23) “Nuestros padres adoraron sobre este monte; según vosotros, en Jerusalén está el lugar donde se debe adorar". Jesús le respondió: "Mujer, créeme a Mí, porque viene la hora, en que ni sobre este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros, adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero la hora viene, y ya ha llegado, en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre desea que los que adoran sean tales.”
¿La adoración en el nuevo pacto?
Primero, es importante entender el contexto de este pasaje (Juan 4; 20-23). Jesús está hablando con una mujer samaritana en el pozo de Jacob. Los samaritanos adoraban en el monte Gerizim, mientras que los judíos adoraban en el templo de Jerusalén. La mujer menciona esta diferencia y pregunta a Jesús sobre el lugar correcto para adorar. En su respuesta, Jesús va más allá de la disputa sobre lugares físicos de adoración y señala que la verdadera adoración no está ligada a un lugar específico, sino que es una cuestión de actitud y relación con Dios.
Jesús comienza indicando que llegará un momento en que ni en el monte Gerizim ni en Jerusalén será el lugar donde se deba adorar al Padre. Esto sugiere un cambio en el paradigma de adoración, que será independiente de ubicaciones físicas. Luego, Jesús explica que la verdadera adoración implica conocer a Dios y adorarlo en espíritu y en verdad. Esto significa que la adoración debe ser sincera, auténtica y guiada por el Espíritu Santo. No se trata simplemente de rituales externos o lugares sagrados, sino de una conexión interna y espiritual con Dios. La adoración en espíritu y en verdad implica una relación personal con Dios, donde se le adora conforme a su naturaleza y sus atributos. Esto implica una adoración que proviene del corazón y se manifiesta en la vida diaria, en acciones justas y en un compromiso con la voluntad de Dios.
El Aposto Pablo lo manifiesta de esta manera (Filipenses 3; 3) "Porque la circuncisión somos nosotros los que adoramos a Dios en espíritu y ponemos nuestro orgullo en Cristo Jesús…"; (Romanos 12; 1): "Os ruego, hermanos, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios (en un) culto espiritual vuestro."
Sacrificio de adoración
En el pasado, se requerían sacrificios y holocaustos de animales como parte del ritual para adorar a Dios, como se menciona en: (Deuteronomio 12; 5-6; 12; 11). Sin embargo, se profetizó algo nuevo, como se lee en: (Salmo 51; 19) "Mi sacrificio, oh Dios, es un espíritu contrito; no despreciarás, oh Dios, un corazón contrito y humillado." Jesús hace referencia a esto cuando habla con la samaritana en (Juan 4; 20-23) "... Pero se acerca la hora, y ya ha llegado, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad.”
Es importante destacar la evolución en la forma de adoración a Dios a lo largo de la historia, especialmente en lo que concierne al sacrificio y la adoración en la Eucaristía. En el pasado, conforme a las prescripciones del Antiguo Testamento, se realizaban sacrificios y holocaustos de animales como parte del ritual para adorar a Dios, tal como ya mencioné. Estos actos tenían un significado profundo en la relación entre Dios y su pueblo, simbolizando la entrega total y el compromiso con la voluntad divina. Sin embargo, conforme avanzó la revelación divina, se profetizó algo nuevo que ya vimos en el: (Salmo 51; 19). Esta enseñanza nos revela que la adoración verdadera va más allá de los rituales externos y requiere una disposición interior de humildad y contrición ante la presencia de Dios.
Jesús mismo, en su diálogo con la mujer samaritana, anticipa esta transformación en la forma de adoración (Juan 4; 20-23). Por lo tanto, como Católicos, comprendemos que la Eucaristía es la cumbre y la fuente de nuestra vida Cristiana, donde participamos en el sacrificio perfecto de Cristo y nos unimos a Él en adoración. En la Eucaristía, no solo recordamos el sacrificio redentor de Jesús, sino que también nos comprometemos a adorar a Dios con un corazón contrito y humillado, reconociendo su grandeza y amor infinito. En este sacramento, experimentamos la presencia real de Cristo y nos unimos a la comunidad de creyentes en una adoración que trasciende lo físico y se centra en la verdad espiritual y el amor divino.
“… Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos, y la extraordinaria grandeza del poder con que él obra en nosotros, los creyentes, por la eficacia de su fuerza poderosa,” (Efesios; 1:17-19). Amen
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